Twitter: @PablitoBeas. Publicado en http://rustlingmagazine.wordpress.com/, sígueles en Twitter:@RustlingMag.
La sequía se
prolongaba demasiado, desde la 85/86 los de “verde” no levantaban el
anillo, y en el 92´, los Celtics se habían quedado huérfanos de héroes
con el “33” de Larry luciendo en el cielo del Boston Garden y no sobre
el parquet. Tras un fallido intento de resarcirse, deambulaban por los
pabellones de los noventa como vestigios de lo que habían llegado a ser a
mediados de los ochenta.
La respuesta a los males de los de Boston se encontraba, sin embargo, en la Costa Oeste, en “territorio enemigo”, en la propia California. Concretamente en Inglewood, una pequeña ciudad del condado de Los Ángeles. Paradójicamente, el niño que había crecido animando a los de púrpura y oro acabaría convirtiéndose en el capitán de su más acérrimo rival.
El chaval en cuestión no
tuvo una infancia fácil; Inglewood no era precisamente Beverly Hills. A
menudo considerado un suburbio de clase obrera negra, aún sigue
registrando unos considerables índices de pobreza (El 22,5% de la
población y 19,4% de las familias están por debajo de dicho umbral),
sería la cuna de quien escribiera el guión para los Celtics en los años
siguientes a su elección en el Draft de 1998. Paul Anthony Pierce era el
menor de tres hermanos (Jamal y Stephen), criados por su madre Lorraine
Hosey, al igual que Bird, su padre no fue un modelo en su educación,
mientras que el padre de Larry era alcohólico, George Pierce fue
prácticamente un desconocido para el pequeño Paul.
Sería, por
tanto, su madre la que veló por la educación de sus hijos en una ciudad
conflictiva, que como reconoció el propio Pierce en una entrevista, “no
era el sitio que él escogería para criar a sus hijos”. El baloncesto se
convertiría de la mano de su entrenador Mike Collins en su vía de
escape, no tardaría en ingresar en el equipo de Inglewood High School.
Entre tanto, los Celtics eran vapuleados por los Charlotte Bobcats en
primera ronda de Playoff, no clasificándose para los del año siguiente, y
cayendo nuevamente a las primeras de cambio en la 94-95, esta vez ante
Cleveland.
Hecho al baloncesto que se respiraba en Inglewood, a
Paul le resultó algo difícil acostumbrarse a la liga universitaria, pero
no tardó en hacerse un hueco y a raíz de una serie de brillantes
actuaciones y, con una licenciatura de criminología bajo el brazo, no
tardaría en ser seleccionado para el Draft de la NBA.
El 24 de
Junio del ´98 supondría a la larga una fecha clave en la historia
reciente de los Boston Celtics, Paul Pierce era elegido en el décimo
puesto (por detrás de nombres como Dirk Nowitzki, el “saltarín” Vince
Carter o Antawn Jamison). El debut de Pierce sería contra Toronto
Raptors firmando 19 puntos, 9 rebotes, 5 robos y 4 tapones. Lejos de que
aquél partido pudiera haberse tildado de un espejismo, acabó la
temporada con unos promedios de 16.5 puntos, 6.4 rebotes y 2.6
asistencias. Obviamente fue incluido en el Mejor Quinteto de Rookies.
Además, lideró a los Celtics en triples anotados (84, 10º en la liga),
intentados (204), en porcentajes de triples (41.2, 10º también la liga) y
en robos (1.71). Registros que mejoraría en las siguientes temporadas.
Sin
embargo, la vida de los deportistas muchas veces se define por
momentos; instantes en los que tocan la gloria con la punta de los dedos
para inscribir su nombre en el Olimpo. Un ejemplo de esto es aquél tiro
de Jordan ante Utah que sumió en éxtasis a la ciudad del viento y, de
paso, a la cabina de Daimiel y del eterno Montes.
Pero, también,
hay otro tipo de momentos; Instantes en los que, llamémoslo X ó Y, la
mala suerte que es la otra cara en la moneda de los genios, la fatalidad
se ceba con los deportistas. No hablo sólo de cuando una rodilla hace
crack y no hay partido de vuelta, hablo de curvas, hablo de Ayrton
Senna, de SuperSic, de aquella fatídica sobredosis de Len Bias, de
Fernando Martín, de las once puñaladas que recibió Pierce una aciaga
noche de septiembre del 2000, a la salida del Buzz Club en Boston.
Ese
día bien podría haber supuesto un punto y final en la historia de Paul,
pero Pierce estaba hecho de otra pasta, tal vez fuese Inglewood, tal
vez, como diría Charles Bukowski aquél tipo nació para robar rosas de
las avenidas de la muerte; así aquellas once puñaladas no quedaron más
que en un anécdota para un jugador que no se perdió ni un solo partido
de aquella temporada.
En la 2000-2001 acabaría por consagrarse
como una estrella, promediando 25,3 puntos por partido, y ganándose el
sobrenombre de The Truth de boca del mismísimo Shaquille O´Neil. En la
rueda de prensa posterior a la derrota de los Celtics ante los Ángeles
Lakers (112-107), el gigante angelino realizaba las siguientes
declaraciones al periodista de “The Boston Herald”, acerca de la
actuación estelar de un Paul Pierce que había anotado ni más ni menos
que 42 puntos: “Yo sabía que él podía jugar, pero lo que yo no sabía es
que pudiera jugar así. Paul Pierce es la verdad.” [“I knew he could
play, but I didn´t know he could play like this. Paul Pierce is the
truth”]. Aquella temporada Pierce alcanzaría los 2.000 puntos vistiendo
la elástica verde.
Al año siguiente, “Silverado”, como lo bautizó
Andrés Montes, firmaba un contrato millonario con el equipo,
convirtiéndose en el jugador franquicia. Esa temporada, alcanzarían las
Finales de Conferencia, siendo derrotados por los New Jersey Nets, hecho
que volvería a repetirse en la 2003-2004, esta vez en primera ronda.
Las esperanzas del resurgimiento parecieron llegar cuando el preparador
Glen “Doc” Rivers arribaba en la franquicia, pero nada más lejos de la
realidad, la 2004-2005 fue otra temporada para olvidar.
Tras dos
campañas desastrosas, la estrella de los prometedores Boston parecía
agotarse, el trébol parecía haberse deshojado sin ningún triunfo en su
haber, la afición, que se había quedado con la miel en los labios con la
Final de Conferencia perdida ante los Nets, necesitaba algo que
llevarse a la boca. El polvo empezaba a acumularse en las vitrinas del
TD Garden, y en la memoria de los espectadores empezaban a parecer ya
demasiado lejanas las gestas de los Larry, McHale, Parish, Bill Walton y
cía.
Y entonces, llegó la temporada 2007-2008, la temporada del Big-Three:
Danny Ainge, a fin de volver a convertir al equipo en candidato al
anillo, concretó el traspaso en la noche del Draft de Delonte West,
Wally Szczerbiak y la elección número 5 de dicho Draft, del que había
sido hasta entonces el buque insignia de Seatle Supersonics, Ray Allen.
Posteriormente, a finales del mes de julio, Kevin Garnett llegaba a la
franquicia a cambio de Al Jefferson, Sebastian Telfair, Ryan
Gomes,Gerald Green y Theo Ratliff, además de la elección de primera
ronda del Draft de 2009 y del retorno de los derechos obtenidos en 2006
sobre una elección de primera ronda de Minnesota.
Con la mejor
plantilla en más tiempo del que la mayoría de los jóvenes, que devoraban
palomitas en los asientos del Boston Garden podía recordar, los
“celtas” volvían a los Playoff: Tras derrotar en sendos partidos a los
Atlanta Hawks y a los Cleveland Cavaliers de Lebron James, alcanzaban de
nuevo unas Finales de Conferencia, en las que derrotarían 4-2 a Detroit
Pistons.
El anillo estaba al alcance de la mano, y enfrente,
estaban los Lakers, en su primera final sin Shaquille. Pese a que como
dijo Bob Ryan, cualquier Celtics-Lakers pasado fue mejor, era inevitable
que un viejo aire a años ochenta volviese a adueñarse de la NBA, volvía
la rivalidad por excelencia, los Magic Johnson-Larry Bird en la memoria
de los espectadores, esta vez en forma de Paul Pierce-, que se había
erigido como líder del tridente ofensivo en el capítulo anotador
(Garnett-Allen), -Kobe Bryant.
El primer partido de la serie
pasará a la historia por la “lesión” de Paul Pierce. Cuando aún restaban
más de seis minutos para el final del tercer cuarto, la estrella de
Boston chocaba con Perkins intentado defender una entrada a canasta de
Kobe, se iba al suelo y se llevaba las manos a la rodilla. Estaba
demasiado reciente la lesión de la temporada pasada que le castigó
durante la friolera de treinta y cinco partidos en el corazón encogido
de los aficionados. Paul se retiraba asistido y atravesaba el túnel de
vestuarios en silla de ruedas.
Tal vez todo fuese parte del
espectáculo, tal vez Oral Roberts estuviese de verdad en aquel
vestuario, tal vez el eslogan de la NBA (When amazing happens) se
personificó en The Truth y “ocurrió”, el capitán de los Celtics salió al
pabellón por su propio pie, ovacionado por todo un TD Garden que no
cabía en sí mismo, sólo faltaba la banda sonora de “Carros de Fuego”,
en una escena que parecía sacada de Hollywood”, el de Inglewood fue el
Resplandor para un atónito Jack Nicholson. El caso es que metió 22
puntos y el primer partido de la serie fue para Boston, como también lo
sería el segundo, no menos efectista: Cuando sentían el aliento de los
de púrpura y oro, “Doc” Rivers saltaba al parquet para pedir un tiempo
muerto que resultaría decisivo para frenar el envite de los de Phil
Jackson.
Con un 0-2 favorable, la serie volaba a Boston, donde
tocarían dos de cal y una de arena, con un 2-3 para la franquicia del
trébol, el anillo se jugaba en el Stapless Center. Presión para los de
Boston, que sumaban ya más de 20 años sin levantar el título, y presión
para unos angelinos que seguían teniendo muy recientes las finales del
tándem Shaq-Kobe. Había dudas de todos, aficionados, periodistas, en
torno a los dos equipos, sobre si “el fondo de armario” era
insuficiente, sobre si Vujacic sería el Kukoc de Jackson en los Lakers,
sobre si un imberbe Rondo tenía madera para llevar el timón de los
Celtics aquella noche, sobre si el cansancio…
Yo estaba con los
ojos como platos aquella madrugada, sorbiendo Coca-Cola e intentando no
pestañear demasiado por si me perdía algo. Dividido entre unos Celtics
de los que estaba encariñado; aquél tipo del escudo fumando en pipa
mientras hacía girar un balón sobre su dedo índice siempre me había
parecido simpático, y unos Lakers en la que era la primera temporada de
un gigantón de 2,16 que nos había hecho creer que a base de comer
alcachofas de Sant Boi íbamos a ser tan grandes como él.
El
balance del partido fue desolador para los angelinos, en breves
pinceladas, los de Phil estuvieron algo “blanditos” y los de Rivers se
salieron, en especial, con permiso del MVP de las Finales (Paul Anthony
Pierce), ese genio de la línea de tres que es Allen. Puede que cuando
Pierce saboreaba el título, envuelto en una nube de confeti verde y
blanco, fuese, no un instante decisivo como los que comentaba al
principio del artículo, pero sí un momento, un momento en el que puede
que se viese en el suelo del Buzz Club, le viniese la imagen del
entrenador que condujo su infancia, Scott Collins, una especie de
“Roberto” en la vida del Oliver de Inglewood, tal vez, aquel hombre que
estaba echando su solicitud para que su número ingresara en el Olimpo de
las camisetas retiradas de Boston, se limito a esbozar una sonrisa, a
sabiendas de que, tras más de veinte años en los que se les había negado
la gloria, los Celtics de Boston habían vuelto.
Pablo Beas Marín.
Gran Articulo De La Leyenda Paul Pierce!!!
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